Jerónimo, de ocho años, siempre había sido tranquilo. Expresaba sus sentimientos normalmente, y “de vez en cuando hacía alguna pataleta, pero nada más”, cuenta su madre, Ximena, abogada de 40 años. Sin embargo, tras varias semanas de confinamiento, el niño ha empezado a mostrar cambios de humor, alteración en el sueño y una ansiedad constante por saber cuándo acabará el encierro.
En medio de la cuarentena muchos padres han notado lo mismo en sus hijos. Desde un aumento en pesadillas, problemas de sueño y de comportamiento, ansiedad, hasta trastornos alimenticios. También está el riesgo de que el aburrimiento se convierta en una apatía completa, debido a que muchos pequeños ven limitadas sus actividades. “Incluso ver a los padres salir de la casa con guantes y una máscara puede crear una gran angustia de que va a morir”, explica a SEMANA la pediatra Ángela Camacho.
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La cuarentena tiene un impacto real en la salud mental de los niños. Una encuesta realizada por psicólogos de la Universidad Miguel Hernández de Elche, España, concluyó que nueve de cada diez niños en el país ibérico se están viendo afectados psicológicamente después de más de un mes de confinamiento. El estudio entrevistó a 1.125 padres, 712 italianos y 413 españoles, con hijos entre tres y 18 años.
Concluyó que hoy el 69 por ciento de estos tiene más dificultades para concentrarse, el 49 por ciento se siente más aburrido de lo habitual, el 43 por ciento está más irritable, el 36 por ciento es más dependiente de sus padres y el 30 por ciento se preocupa cuando alguien sale de casa.
Todo eso se refleja en que sienten miedo a la infección por covid-19, comen más de lo habitual, temen dormir solos, lloran con facilidad y están más desganados y más tristes. Muchos expertos creen que este episodio generará estrés postraumático en muchos niños, como en las guerras mundiales
“¿Cuándo volveré al colegio? ¿Te puedes morir si no me lavo las manos? ¿Mi abuelita va a estar bien?”, pregunta con frecuencia Jerónimo a su madre por estos días. No es fácil explicar las razones por las que no pueden ir a estudiar, ni ver a sus amigos o salir a jugar al parque. Pero Camacho dice que, para proteger su salud mental, en primer lugar hay que hablar del tema con honestidad. “Ellos confían en que sus padres les den una sensación de seguridad. Algunos piensan que los protegen al no decirles nada, pero ellos, al igual que los adultos, necesitan información. El desconocimiento les genera más estrés”, explica.
No todos los niños experimentarán la misma tensión, pues depende de la edad y de su experiencia antes del encierro. En ese sentido un bebé, acostumbrado a un ambiente limitado, probablemente no notará la diferencia. El problema empieza en los que iban al jardín o al colegio y experimentan hoy cambios abruptos para los que no están preparados. Camacho explica que los niños más pequeños todavía no tienen desarrollada la noción del peligro o el miedo, por lo que pueden asumir con más frustración o angustia el hecho de estar aislados o cualquier información que reciban. Por eso los padres deben equilibrar el exceso de noticias que consumen y prepararse para explicar tranquilamente la situación. “Un niño debe conocer que hay un problema, que hay que cuidarse, pero no el detalle absoluto”, dice.
A esto se suma que los primeros años son claves para aventurarse a experimentar. Dentro de cuatro paredes hay opciones, pero nada reemplaza el hecho de aprender mediante el contacto social y la propia experiencia. Por eso es fundamental crearles distracciones. La Unicef recomienda estrategias como dejar que los pequeños vean sus películas favoritas después de hacer las tareas y leerles un cuento en la cama para desconectarlos de las preocupaciones.
Según Camacho, los adolescentes podrían llevar la peor parte. Con el cierre de los colegios y la cancelación de eventos, muchos perderán algunos de los momentos más importantes de sus vidas, también de actividades cotidianas como charlar con amigos. En ese caso los padres deben facilitarles que se comuniquen mediante redes sociales y establecer horarios para que entiendan que no están en vacaciones. “La hora de la comida se debe respetar, pero ellos también deben tener un tiempo para ellos, en el que escuchen música y se comuniquen con amigos”, dice.
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Los adolescentes también enfrentan cargas como adaptarse a nuevas maneras de aprender o responder a exigencias académicas para las clases que requieren asesoría. En este punto, la experta recomienda que los padres se turnen para lidiar con la carga escolar y también para preguntarles cómo se sienten con la situación. Los niños que lo cuentan tienen menos probabilidad de tener rabietas o agresiones.
No es fácil saber cuándo un adolescente sufre estrés, ni mucho menos lograr que hable de emociones. Pero una buena forma de introducir el concepto es señalar sentimientos positivos, como por ejemplo “qué bien que terminamos las tareas temprano” o “te ves feliz porque tenemos helado de postre”. Los padres pueden ser empáticos con frases como: “Puedo ver que te sientes preocupado y eso es comprensible”. También deben desarrollar la capacidad de leer las señales físicas, emocionales o de comportamiento asociadas con el fenómeno: pérdida del apetito, dolor de cabeza, pesadillas, alteraciones en el sueño o mojar la cama cuando ya han superado esa etapa. Si los papás están disponibles emocionalmente todos los días pueden amortiguar los efectos fisiológicos dañinos del estrés elevado.
El entorno familiar cumplirá un papel clave. Según Camacho, no hay que olvidar el tema de la violencia intrafamiliar; muchos olvidan que también afecta a los niños y si antes del encierro ya había problemas, este los va a aumentar. Según la primera Encuesta de Violencia contra Niños, Niñas y Adolescentes (EVCNNA), presentada en 2019 por el Ministerio de Salud, al menos el 41 por ciento de los menores en el país ha sufrido algún tipo de maltrato físico, psicológico o sexual.
Los padres deben tener claro que los pequeños recordarán la pandemia por el resto de sus vidas y que está en sus manos hacerla más llevadera. La comunicación y la tranquilidad son la clave. Pero en caso de necesitar ayuda, deben saber que hay psicólogos y psiquiatras listos para ayudar.
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